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DATOS DEL INVESTIGADOR PRINCIPAL
Nombre Juliana Castellanos Díaz
Nombre del perfíl Disciplinar - Grupos de investigación
Grupo de investigación Comunicación Estratégica y Creativa (CEC)
Línea de investigación Procesos Comunicacionales Urbanos Y Mediaticos
Equipo del proyecto
Juliana Castellanos DíazLíder
Asistente
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TÍTULO DEL PROYECTO La guerra va a la escuela. Impacto del conflicto armado en la educación
PALABRAS CLAVE conflicto armado, educación, economía, impacto social, víctimas, reconciliación, verdad, justicia,
OBJETIVOS DEL PROYECTO Objetivo general

Comprender los costos sociales y económicos que el conflicto armado colombiano ha dejado en la educación básica y media en los últimos cinco años (2010-2015) a partir del estudio de caso de tres departamentos históricamente afectados por el conflicto: Putumayo, Antioquia y Nariño.

Objetivos específicos
Indagar por las formas de violencia propias del conflicto armado que impactan al sector de la educación en Putumayo, Antioquia y Nariño entre los años 2010 y 2015.

Identificar los proyectos que desde el Ministerio de Educación Nacional y las Secretarías de educación departamentales -de Putumayo, Antioquia y Nariño- se consolidan para afrontar el impacto del conflicto armado en la educación básica y media entre los años 2010 y 2015.

Identificar los recursos económicos que el Estado ha destinado entre 2010 y 2015 para la recuperación del sector de la educación en zonas afectadas por el conflicto armado.

Explorar las consecuencias sociales que trae para el Putumayo, Antioquia y Nariño la afectación que el conflicto armado ha producido, entre los años 2010 y 2015, en el sector de la educación.

Explicar a la ciudadanía, través de una narración digital, los costos sociales y económicos que el conflicto armado colombiano ha dejado en la educación básica y media en el Putumayo, Antioquia y Nariño.
PERTINENCIA ESPISTEMOLÓGICA DEL PROYECTO El presente histórico que vive Colombia tras la consolidación de la mesa de diálogos de paz entre el Gobierno del Presidente Juan Manuel Santos y las Fuerzas Revolucionarias de Colombia (Farc), obligan a los estudiosos a preguntarse por el impacto social y económico que el conflicto armado deja en el sector de la educación en tanto campo sustancial para el progreso de cualquier sociedad y, paradójicamente, lugar poco común en los análisis estatales sobre las consecuencias de la guerra.

“No es frecuente que la educación figure en la evaluación de los daños causados por un conflicto. La atención de la comunidad internacional y de los medios de comunicación suele centrarse en las imágenes más inmediatas que muestran el sufrimiento humano, no en los costos ocultos y las secuelas duraderas de la violencia. Pero en ningún otro ámbito son esos costos y esas secuelas más evidentes que en el sector educativo”, así lo explica el documento que la Unesco publica en 2011 titulado Una crisis encubierta. Conflictos armados y educación.

Pensar tal cuestión permite construir otras formas de conocimiento sobre el conflicto, entregar otras verdades a la sociedad a través de las cuales se generen justicia. Se trata de explorar, desde la investigación periodística, esos pliegues que esconden la guerra y cuya exploración y visivilización debe conducir a la reflexión colectiva sobre aquello que somos.
RELEVANCIA DEL PROYECTO PARA LA INSTITUCIÓN Y PARA LOS BENEFICIARIOS DEL PROYECTO La urgente necesidad de pensar a Colombia desde el conflicto interno que vive hace más de 50 décadas, ha puesto a un amplio número de intelectuales en la ardua tarea de rastrear los hilos enmarañados de la historia nacional desde distintas ópticas, todas valiosas para la comprensión de las violencias que se gestan en el país. A tal urdimbre se deben sumar hoy los intentos por encontrar un camino a la paz; camino que intenta construir el actual gobierno de Juan Manuel Santos a través de los diálogos que se desarrollan, en la Habana Cuba, con las Farc. Esta coyuntura ha colocado en el centro del debate el tema de la reconciliación nacional, así como el de la verdad, la justicia y la reparación a las víctimas pero también a la sociedad, como proceso fundamental para el avance del país.

Por lo tanto, la Institución Universitaria Politécnico Grancolombiano debe contribuir al debate nacional, a partir de esta propuesta, desde la exploración del impacto del conflicto armado en la educación. Este proyecto, además, se propone presentar a la ciudadanía los hallazgos en formatos periodísticos, concretamente desde lo que dicta el periodismo de datos y la narrativa digital.

Para la Facultad de Mercadeo, Comunicación y Artes el proyecto es relevante en la medida en que a través de su desarrollo se intentará comprender desde el hacer periodístico, cuál es el papel de la comunicación en el momento histórico que vive Colombia, lo que permitirá generar reflexiones académicas de cara a la formación de los estudiantes, dado que el país exigirá de ellos una formación especial para que contribuyan desde los escenarios mediáticos a la reconciliación nacional.

Además, esta investigación dará lugar a la consolidación de una unidad de investigación periodística que pretende un trabajo interdisciplinar con estudiantes de diferentes áreas de la Facultad, lo que reafirma la idea de que hoy no se puede pensar el periodismo de manera aislada a otros campos como el diseño gráfico, la producción audiovisual y el mercadeo.

La unidad de investigación deberá contar con un espacio web en el que se entreguen los resultados del estudio haciendo uso de las distintas formas de visualización de datos para la comunidad académica así como de la ciudadanía. Este producto será un importante aporte que desde la Facultad el programa de Comunicación Social y Periodismo hará al país para el proceso de verdad, justicia y reparación a la sociedad en general.

Como beneficiarios del proyecto se deben situar tres grupos:
1. La sociedad civil, que podrá contar con una plataforma digital a través de la cual se explicarán el impacto social y económico del conflicto en la educación.
2. La comunidad académica, que podrá encontrar en esta investigación datos, historias y análisis sobre el impacto del conflicto armado en la educación.
3. Los estudiantes de periodismo, diseño, medios audiovisuales y mercadeo de la Institución Universitaria Politécnico Grancolombiano que podrán encontrar un nuevo lugar de práctica (Unidad de Investigación Periodística).







PROBLEMA DE INVESTIGACIÓN Problema de investigación

Entre los análisis que se hicieron en 2011 sobre el proyecto del milenio Educación para todos, se encontró que los países en los que se dificultaba tal propósito era en aquellos que vivían cualquier tipo de conflicto armado, dado que en ellos los recursos económicos se destinan prioritariamente para sostener la guerra. En el caso de Colombia esto es una verdad que se confirma en el estudio Cuánto nos cuesta la Guerra – de mi autoría- en el que se concluye que el Estado invirtió solamente en cuestiones bélicas, entre los años 2002 y 2012, aproximadamente 200 billones de pesos que equivalen a 21 billones de pesos anuales.

Estos recursos que suman para la guerra, se restan en otros sectores que presentan atrasos notables en Colombia como lo es la educación. La evidencia más clara es que solo hasta el año 2015 el sector defensa queda por debajo de educación en el presupuesto general de la nación al recibir 27 billones de pesos, mientras que el otro sector recibió 29 billones. Sin embargo, es evidente que aún no hay grandes diferencias en asignación de recursos, y que durante muchos años la guerra ha encabezado la agenda presupuestal de la nación.

Pero además de que la educación no ha sido prioridad de los gobiernos, es también atacada por los grupos legales e ilegales que se enfrentan en el conflicto armado. Basta entender que entre los años 1985 y noviembre de 2015 se cuentan en el Registro único de víctimas del conflicto armado colombiano 2.057.520 personas que vivieron un hecho victimizante cuando se encontraban en edad escolar, es decir, entre los 6 y los 17 años; del número expuesto 7.760 menores perdieron la posibilidad de ir a la escuela porque fueron reclutados por algún grupo ilegal, y 1.935.901 debieron distanciarse de las aulas temporalmente por causa del desplazamiento.

El paso de la guerra por la escuela también deja maestros desaparecidos, desplazados, exiliados, amenazados y asesinados. Escuelas afectadas en su estructura por el impacto de balas y elementos explosivos; minadas y tomadas como trincheras durante combates o como lugares de campamento por grupos armados legales e ilegales. Y de cara a toda esta escena, familias de zonas rurales que deciden evitar que sus hijos recorran el camino a las aula para evitar que sus nombres sean fijados en las listas de víctimas. Por consiguiente, esta investigación que se desarrollará desde la Unidad de Investigación periodística de la Institución Universitaria Politécnico Grancolombiano, pretende responder la siguiente pregunta: Cuáles son los costos sociales y económicos que el conflicto armado colombiano ha dejado en la educación básica y media en los últimos cinco años (2010-2015) a partir del estudio de caso de tres departamentos históricamente afectados por el conflicto: Putumayo, Antioquia y Nariño.

Si bien en Colombia todos los departamentos han sido víctimas de la guerra, hay un grupo que presenta altos índices de hechos victimizantes, como es el caso de los seleccionados. Es importante anotar que, además, se trabajará sobre esos tres porque las administraciones han empezado a contribuir con información.

Marco teórico
Violencia, guerra y conflicto, son conceptos que se usan como sinónimo porque cada uno contiene a los otros. Sin embargo, es esencial establecer la diferencia que existe entre los mencionados conceptos. La violencia se ha entendido tradicionalmente como “el ejercicio deliberado de la fuerza para causar daño físico a las personas o a su propiedad” (Valenzuela, 1994, p56). Esta clase de violencia es definida, desde la postura de Jaohan Galtung, como violencia directa o personal. Adicional a las dos tipologías se encuentra la violencia estructural, la cual se da entre las estructuras de las relaciones sociales y personales, resultantes de la diferencia de poder y oportunidades, que pueden ser causadas, entre otras cosas, por el hambre, la miseria, la desnutrición y el abandono.

El concepto de guerra aparece en el diccionario de la Real Academia de la Lengua como el rompimiento de la paz entre dos o más potencias; lucha armada entre dos o más naciones o entre bandos de una misma nación. Maquiavelo en El arte de la Guerra elaboró un tratado para que el Príncipe arrojara a la chusma extranjera de la tierra Italiana. En este trabajo el autor asegura que la guerra es una forma más de llevar a cabo la política. En la Constitución de Colombia, el artículo 173 -numeral cinco- se establece que “es atribución del Senado autorizar al gobierno para declarar la guerra a otra nación”. Por lo tanto la guerra, si bien puede darse en otros ámbitos, suele relacionársele con una lucha entre países.
Así, entonces, la definición de conflicto se establece según Kenneth Boulding como “una forma de conducta competitiva entre personas o grupos. Ocurre cuando dos o más personas compiten sobre objetivos o recursos limitados, percibidos como incompatibles” (citado por Gonzales. 2002. p. 58) Por su parte Raimond Aron asegura que el conflicto es oposición entre grupos e individuos por la posesión de bienes escasos o la realización de valores mutuamente incompatibles” (citado por Gonzales.2002. p58)

El Derecho Internacional Humanitario hace una distinción entre dos tipos de conflictos armados, a saber: conflictos armados internacionales, en que se enfrentan dos o más Estados, y conflictos armados no internacionales, entre fuerzas gubernamentales y grupos armados no gubernamentales, o entre esos grupos únicamente. Desde el punto de vista jurídico, no existe ningún otro tipo de conflicto armado. En este caso la categoría conflicto armado funciona como sinónimo de guerra

Es importante considerar que una situación puede evolucionar de un tipo de conflicto armado a otro, según los hechos que ocurran en un momento dado. Por lo tanto, lo que Colombia enfrenta hace más de cincuenta años es un conflicto no internacional que, de manera más explícita, se debe comprender como: enfrentamientos armados prolongados que ocurren entre fuerzas armadas gubernamentales y las fuerzas de uno o más grupos armados, o entre estos grupos, que surgen en el territorio de un Estado [Parte en los Convenios de Ginebra]. (Tomado de la web ICRC).

Los actores armados ilegales que han intervenido en el conflicto nacional son grupos guerrilleros y grupos paramilitares. Así lo expone la ley 975 de 2005 en la que se explica que “se entiende por grupo armado organizado al margen de la ley, el grupo de guerrilla o de autodefensas, o una parte significativa e integral de los mismos como bloques, frentes u otras modalidades de esas mismas organizaciones, de las que trate la Ley 782 de 2002”. En la ley que en la cita se menciona se expone que “De conformidad con las normas del Derecho Internacional Humanitario,(…), se entiende por grupo armado al margen de la ley, aquel que, bajo la dirección de un mando responsable, ejerza sobre una parte del territorio un control tal que le permita realizar operaciones militares sostenidas y concertadas”.

Esos grupos armados ilegales están compuestos por combatientes. El portal Verdad Abierta expone, en un artículo titulado Desmovilización y desarme, que: “por combatiente se entiende no sólo quien porta un arma sino también aquellos que trabajen en logística, administración o suministro de información” (2008). El artículo 43 del protocolo I adicional a los Convenios de Ginebra de 1949 explica que: Los miembros de las fuerzas armadas de una Parte en conflicto (salvo aquellos que formen parte del personal sanitario y religioso a que se refiere el artículo 33 del III Convenio) son combatientes, es decir, tienen derecho a participar directamente en las hostilidades.

Una de las cuestiones que más preocupa a los gobiernos y a la sociedad civil cuando viven bajo situaciones de guerra o de conflicto armado es el tema de la desmovilización. Se entiende por desmovilización el acto de dejación de armas de los combatientes de los grupos ilegales, y la reincorporación de ellos a la vida civil, siguiendo los lineamientos constitucionales que rijan al Estado al que deciden integrarse y respetar, tras acuerdos establecidos legalmente. Según el Diccionario Acción Humanitaria y Cooperación al Desarrollo, la desmovilización es el “proceso de licenciamiento del personal de las fuerzas armadas regulares o irregulares (guerrillas, milicias, paramilitares), generalmente tras la conclusión del conflicto y en el marco de un proceso de paz, como paso previo a su reintegración socioeconómica” (tomado de la web).
Natalia Springer explica en el libro Desactivar la Guerra que:
“No existe una definición formal y ampliamente reconocida de lo que significa la desmovilización de combatientes. Sin embargo, se le reconoce como la fase inmediatamente posterior a la entrega de las armas, cuando el combatiente cambia de estatus jurídico. Con la desmovilización se inicia la participación de los ahora ex combatientes en un proceso cooperativo y voluntario de transición, cuyo objetivo final es su desvinculación definitiva de la violencia y su reintegración social” (2005. p 153).

Karem Labrador Araújo y Mario Gómez Jiménez, citan a Olga Marcela Cubides, para definir el concepto en cuestión: “En sentido militar tiene que ver con la disolución de la unidad armada, en caso de desmovilización colectiva o la reducción del número de combatientes en un grupo, en caso de desmovilización individual, como parte de la transición de la guerra a la paz” (2010.p 42).

Pese a que muchas definiciones plantean que la desmovilización es parte del proceso que conduce a la paz, en el caso colombiano no se produce necesariamente así. Los distintos gobiernos han ideado fórmulas atractivas jurídicas, económicas y políticas para que la dejación de armas se produzca de forma individual, incluso colectiva, sin que se ampare la acción bajo un proceso de paz.

Lo expuesto da lugar a la categoría reinserción o reintegración. La reintegración es un conjunto de acciones que se hace bajo la batuta del Estado, y cuyo fin es la vinculación del excombatiente a la vida civil a través de su participación legal en las instituciones económicas, políticas, culturales y sociales, entre otras. La Agencia Colombiana para la reintegración define este proceso como “una oferta de seis años y medio que el Estado colombiano, a través de la gestión que realiza la ACR, les ofrece a las personas desmovilizadas de los Grupos Armados Organizados al Margen de la Ley (GAOML), que no han cometido delitos de lesa humanidad, y que quieren reintegrarse a la vida social y económica” (tomado de http://www.reintegracion.gov.co).

El proceso de reintegración no se limita a la construcción del proyecto de vida del excombatiente. De ser así se trataría de un camino subjetivo en el que elementos externos como la aceptación social del desmovilizado y su participación en la vida política quedarían de lado. “La reintegración está relacionada directamente con la paz y la reconciliación social, procesos que no pueden ser impuestos y que requieren de la cooperación de todo el aparato ciudadano. A largo plazo, el reintegro también depende del proceso de democratización, del desarrollo económico a nivel local y nacional y de la formación de una sociedad civil independiente” (Labrado y Gómez. 2010.p.47).

La cita expuesta trae la cuestión de la reconciliación nacional, acción vinculada a la triada: verdad, justicia y reparación. Las categorías expuestas son derechos establecidos como fundamentales en la búsqueda de la resolución de conflictos armados en tanto que permiten a las víctimas recibir respuestas, entender qué pasó y ver cumplir la ley sobre quienes actuaron en su contra de manera directa e indirecta.
La Comisión Colombiana de Juristas construyó en 2006 una guía sobre los tres derechos en cuestión, de la cual extraemos sus definiciones.
Verdad: “es la versión que más se acerca a lo que ocurrió; es lo que las víctimas saben acerca de lo que pasó. También, es lo que las comunidades presenciaron y no han podido denunciar. Es lo que los responsables saben sobre lo que hicieron. Pero, sobre todo, es el reconocimiento que la sociedad y las instituciones hacen acerca de las violaciones cometidas, las víctimas perjudicadas por ellas, y los responsables de tales hechos”(10) .
Justicia: “es lo que logran las víctimas cuando las autoridades investigan y sancionan a los responsables de las violaciones de derechos humanos. Cuando no hay justicia hay impunidad, y los asesinos y torturadores andan libres como si nada. La justicia se logra a través de las autoridades judiciales. Los fiscales y los jueces deben investigar todos los crímenes, y averiguar qué pasó y quién cometió las violaciones” (p. 18).
Reparación: “es el conjunto de medidas que busca contribuir a devolver a las víctimas, en lo posible, a la situación en la que estaban antes de que ocurrieran las violaciones. Aunque regresar a la misma situación es imposible en muchos casos, la reparación apunta a extender todas las garantías para llegar a recrear esa situación que existía antes de las violaciones. Mediante la reparación se restablecen los derechos y se mejora la situación de las víctimas. La reparación también debe garantizar que las violaciones no se vuelvan a cometer en el futuro” (p. 26).
Para los fines de la investigación que acá se propone es importante resaltar que si bien la prioridad es escuchar a las víctimas, también es importante que se dé espacio a los relatos de los excombatientes porque pueden contribuir a la verdad para permitir que se haga justicia y, en consecuencia, lograr la reparación y la reconciliación.

La siguiente parte es tomada de la introducción de mi libro Cuánto nos cuesta la Guerra (2012) y se cita en tanto es necesario en este punto preguntarse: ¿qué tipos de costos produce un conflicto armado interno? Paul Collier (citado por Pizarro, 2004, p. 237), plantea que hay cinco ángulos desde los que se pueden analizar los costos de una guerra del tipo colombiano: (1) la destrucción, relacionada en primer lugar con lo que se pierde y no tiene recuperación como las vidas; y en segundo lugar, hace alusión a la destrucción de la infraestructura cuya reparación implica costos importantes para el Estado. (2) La disrupción, alude a todos los gastos que se generan para el sector privado y público por cuenta de la inseguridad nacional y por el caos social que un conflicto conlleva. (3) La desviación, contempla los recursos que el Estado invierte en la confrontación del conflicto. (4) La transferencia, implica la fuga de capital que se da por cuenta de la inseguridad, lo que obliga a inversionistas a trasladar sus negocios a países con mayor orden. (5) La pérdida acumulada, esta categoría suma los gastos generales que un conflicto acarrea, y se mide a través del aumento o caída del Producto Interno Bruto (PIB).

En el siguiente cuadro se exponen ejemplos de los conceptos tratados:
Categoría Ejemplos
Destrucción -Destrucción de vidas humanas (disminución de capital humano)
-Atentados a la infraestructura
-Atentados a oleoductos- torres de energía.
Disrupción -Inseguridad en las vías
-Aumento en gastos de seguridad y por lo tanto de los productos.
Desviación Inversión que el Estado hace en material de guerra.
Transferencia Inversionistas privados transfieren sus recursos a otros países más seguros.
Pérdida acumulada de crecimiento Stock de capital (humano, físico y financiero)
Cuadro propio, elaborado con datos de Pizarro, 2004, p.237
Reunir en un solo estudio las pruebas fácticas de las cinco categorías expuestas es un trabajo titánico. Por consiguiente, este libro se concentra en la categoría que Collier nombra desviación. “La desviación consiste en la transferencia del gasto público hacia actividades con bajo impacto para el crecimiento económico, tales como la adquisición de armas, municiones y equipos militares” (Pizarro, 2004, p.238).
En el caso nacional, los recursos que se amparan en el concepto de desviación superan lo bélico en tanto implican, entre otros, la lucha contra el secuestro, la atención a desplazados, las políticas de indemnización de víctimas directas, las políticas fijadas para los procesos de reinserción de organizaciones paraestatales y contraestatales, la atención a las quejas por infracciones a los derechos humanos y a los convenios internacionales, entre otras cuestiones.

La asignación presupuestal referente a los factores listados se intensificó al finalizar la década de los noventa por el recrudecimiento del conflicto armado y el fallido proceso de paz del gobierno de Andrés Pastrana. Pero cobró una importante alza entre el año 2003 y el año 2007 con la Política de Seguridad Democrática del gobierno de Álvaro Uribe Vélez, cuya ejecución implicó la asignación de sumas históricas para el gasto en seguridad y defensa, en detrimento de la inversión social que la ciudadanía requería. Paradójicamente se produjo en algunos sectores económicos la recuperación de la confianza de los inversionistas nacionales y extranjeros; el caso del turismo fue ejemplar.
Expertos manifiestan que si bien un ambiente de seguridad es requisito para la prosperidad, no lo es todo si se trata de planificar un crecimiento económico sostenible que contribuya a un sólido desarrollo. Echeverry, Salazar y Navas (citados por Durán, 2011), explican que “la pérdida en términos de crecimiento económico por causa del conflicto no es muy alta, pero sostienen que los conflictos de larga duración como el que se experimenta en Colombia sí producen una desviación de la economía de su senda de crecimiento de largo plazo” (2011, p.34). Carlos Caballero Argáez, ex ministro de minas y energía, afirma: “considerar que es posible recuperar la economía y lograr estabilidad política y social, sin contar primero con un ambiente de seguridad y la vigencia del imperio de la ley en el país simplemente no es realista” (2003, p. 18). En suma, como lo expresa Pizarro, “una guerra interna no solo destruye el presente, sino, ante todo, hipoteca el futuro de una nación” (2004, p. 239).

Bibliografía
Área de Memoria Histórica de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación. Recordar y narrar el conflicto, herramientas para reconstruir la memoria. 2009. Colombia.
Comisión Colombiana de Juristas. Verdad, justicia y reparación. Algunas preguntas y respuestas. 2007. Colombia.
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Diccionario de Acción Humanitaria y Cooperación al Desarrollo. Consultado en la web el 1 de junio de 2015: http://www.dicc.hegoa.ehu.es/listar/mostrar/73
Eco Umberto. (1990). Semiótica y filosofía del lenguaje. Lumen. Madrid.
GONZALES GIMENO, Andrés. El hombre y la Guerra. Quiron Ediciones. 2002. España.
Labrador Araujo Karem y Gómez Jiménez Mario. Desarme, desmovilización, reincorporación en Colombia. Fundación Antonio Restrepo Barco.2010. Colombia.
LEY 782 DE 2002. Consultado en la web el 10 de junio de 2015:: http://www.alcaldiabogota.gov.co/sisjur/normas/Norma1.jsp?i=6677.
Ley 975 de 2005. Consultado en la web el 10 de junio de 2015: http://www.alcaldiabogota.gov.co/sisjur/normas/Norma1.jsp?i=17161
Mendoza García Jorge. Las formas del recuerdo. La memoria narrativa. En: Athenea Digital, número 6. 2004. Universidad Autónoma de Tlaxcala. México.
Springer Natalia. Desactivar la guerra. Aguilar. 2005. Colombia.
Thompson B. John (19998). Los media y la modernidad. Editorial Paidós. Buenos Aíres.
VALENZUELA Pedro (1994). La estructura del conflicto y su resolución. Instituido para el desarrollo de la democracia Luis Carlos Galán. Ministerio de Educación. Número 19. Abril-Mayo 1994.
Verdad Abierta. Consultado en la web el 1 de junio de 2015: http://www.verdadabierta.com/component/content/article/44-procesos-judiciales-justicia-y-paz/137-desmovilizacion-y-desarme-
PIZARRO LEONGÓMEZ, Eduardo (2004). Balances y perspectivas del conflicto armado en Colombia. Colombia: Grupo Editorial Norma.
DURÁN PABON, Iván M. (2001). Conflicto armado y crecimiento municipal en Colombia. Tesis de maestría, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá.
METODOLOGÍA La investigación es de orden cualitativa y se basa en la metodología para la recuperación de la memoria histórica propuesta por el área de Memoria Histórica de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, expuesta en el trabajo Recordar y narrar el conflicto, herramientas para reconstruir la memoria (2009). En esta propuesta metodológica se parte de la siguiente explicación, tomada de Alessandro Portelli (1991):

“Para desarrollar una narrativa que dé cuenta de las razones que posibilitaron el surgimiento y evolución del conflicto armado colombiano, el Área de MH opta por llevar a cabo un trabajo de esta naturaleza en el cual la memoria se convierte en el centro eje de la narrativa que se le propone a la opinión. ¿Qué hace diferente dicho trabajo de otro tipo de investigación histórica o social?

Al complementar las razones de carácter sociopolítico enunciadas sobre la ausencia de las voces de las víctimas en el registro histórico del conflicto colombiano y los profundos silencios que las historias oficiales acarrean, la respuesta es que en este modo de construcción e investigación histórica, la memoria entendida como las herramientas mediante las cuales los individuos y sociedades construyen un sentido sobre el pasado, es objeto, fuente y método para la construcción del relato histórico” (p.55). Es importante aclarar que para los fines de este trabajo las voces que se escucharán son las de los excombatientes de grupos al margen de la ley.

Por lo anterior el trabajo en cuestión plantea desarrollar talleres para dar lugar a la memoria colectiva y consolidar entrevistas individuales para dar lugar a la memoria subjetiva. Para ambas actividades se sugiere buscar respuesta a los siguientes interrogantes que se citan textualmente:

Reconstrucción del pasado: ¿Qué pasó? ¿Cómo pasó? ¿Dónde pasó? ¿Por qué pasó? ¿Cómo se vivió? ¿Quiénes fueron? ¿Por qué lo hicieron? ¿Por qué pasó aquí y no en otro lado? ¿Por qué en ese momento? • Evaluación del impacto de la guerra: ¿Qué sucedía en la comunidad o región en ese momento? ¿Qué y a quién cambió lo que pasó? ¿Qué pérdidas personales, familiares y comunitarias ocasionó? ¿Qué daños económicos, culturales, emocionales y espirituales significativos generó? ¿Cómo se afrontó lo que pasó? ¿Cómo se respondió cuando los eventos violentos tuvieron lugar? ¿De qué maneras se resistió?
Evaluación del impacto de la guerra: ¿Qué sucedía en la comunidad o región en ese momento? ¿Qué y a quién cambió lo que pasó? ¿Qué pérdidas personales, familiares y comunitarias ocasionó? ¿Qué daños económicos, culturales, emocionales y espirituales significativos generó? ¿Cómo se afrontó lo que pasó? ¿Cómo se respondió cuando los eventos violentos tuvieron lugar? ¿De qué maneras se resistió?

El presente del pasado y del futuro: ¿Qué y a quiénes recordamos? ¿De qué manera debemos recordarlos y conservar su legado como hombres y mujeres, amigos, miembros de la comunidad? • Perspectivas del futuro: ¿Quiénes somos después de lo que pasó? ¿Qué dificulta la convivencia hoy? ¿Qué acciones se pueden emprender para alcanzar la realización de los derechos vulnerados? ¿Qué se debe hacer para que esto no se repita? ¿Cuáles son sus demandas? ¿Cuáles son sus esperanzas para el futuro?

El grupo de Memoria Histórica recomienda que esas narrativas se cotejen con datos que vengan de otras fuentes como: las entrevistas a líderes sociales y políticos regionales, ex combatientes y en la medida en que sea posible, revisión de expedientes, periódicos, y otros bancos de datos existentes. (p. 78)
Para los talleres se recomiendan los siguientes ejercicios:
• Entrevistas individuales
• Construcción de mapas a través de los cuales se grafique el entorno de los acontecimientos a narrar.
• Las líneas de tiempo y la biografía visual permiten que los sujetos narren a través de imágenes y fechas las historias que guardan en su memoria.
• Las colchas de memoria e imágenes. Se trata de una construcción colectiva sobre un momento específico que quedará representado al final cuando los integrantes del taller agregan su parte para construir una colcha visual.
• Los mapas del cuerpo. Se trata de pensar el cuerpo como vehículo de la memoria en tanto que este guarda las experiencias alegres o traumáticas.

Como este trabajo se propone consolidar un ejercicio periodístico se hará uso también de la metodología Historias de vida que partirá de los talleres. “La reconstrucción de la vida de una persona es un medio mediante el cual se conserva su memoria y se la rescata del silencio o de las versiones segmentadas sobre quiénes fueron, cómo eran, lo que hacían o pensaban o lo que sufrieron” (Grupo Memoria Histórica 2009. p. 102).

RESULTADOS ESPERADOS Resultados esperados

Construcciones académicas (a través de artículos) sobre el impacto del conflicto armado en la educación que contribuyan a la construcción de memoria para el país.

Construcciones académicas (a través de artículos) sobre el papel de la comunicación, específicamente de los medios de comunicación, desde el lado de las narrativas de la memoria, en un escenario de reconciliación nacional, que contribuyan al aprendizaje de programas del orden de la comunicación, la política y la paz, y a los mismos medios de comunicación.

Aporte a la sociedad para la comprensión del conflicto armado y el tránsito a la reconciliación a través de un producto periodístico digital sobre el impacto del conflicto armado en la educación.

Participación en escenarios académicos y de la sociedad civil para compartir y discutir los hallazgos que va presentando la investigación a lo largo de su proceso.
DURACIÓN DEL PROYECTO 18
POSIBLES FUENTES DE FINANCIACIÓN EXTERNA El proyecto será presentado al Fondo Noruego Sueco.
REVISIÓN BIBLIOGRÁFICA La urgente necesidad de pensar a Colombia desde el conflicto interno que vive hace más de 50 décadas, a puesto a un amplio número de intelectuales en la ardua tarea de rastrear los hilos enmarañados de la historia nacional desde distintas ópticas, todas valiosas para la comprensión de las violencias que se gestan en el país: la violencia como acto de interpretación o representación, la violencia en su dimensión física y observable, y la violencia como resolución. (Rojas, 2001) Estas tres categorías han sido estudiadas de forma independiente por historiadores, sociólogos, antropólogos, politólogos y recientemente por comunicadores, todos en la búsqueda incesante de explicaciones y de preguntas que conduzcan a entender de fondo los problemas para arriesgarse a plantear soluciones.

Este texto intenta recoger, justamente, algunos de esos trabajos que desde la década de los ochentas y hasta nuestros días los humanistas, desde distintas instituciones, producen sobre la base particular de la comunicación. De esta forma se busca consolidar un camino a través del cual se comprenda la pertinencia que tiene en la actualidad investigar el conflicto armado desde el lado de las narrativas de la memoria de los desmovilizados, a la luz del tópico: procesos de paz. También se pretende recolectar aportes teóricos y metodológicos de esas experiencias pasadas que sirven para los fines de este trabajo.


Una mirada a la década de los 80
Un punto de partida inevitable es el proceso de paz que instaura el gobierno de Belisario Batancur (1982-1986) en tanto se configura en la primera gran oportunidad de los medios de comunicación para cubrir hechos que van en busca de la paz, tras largos años del cubrimiento de violencia inconmensurable. Esto ocasiona un despliegue periodístico que es duramente cuestionado por los críticos más acérrimos de aquel proceso, quienes no dudan en asegurar que el fracaso de la política de paz es responsabilidad, en gran medida, de los medios de masas por publicar todo lo que les dice la fuente oficial sin la mínima precaución de corroborar. De este modo los periodistas se convierten en marionetas, lo que repercute en una opinión pública desinformada.

“Al principio, en la euforia de la paz, los medios de noticias las soltaban como iban llegando sin darse cuenta en muchos casos de que eran víctimas complacientes de una gigantesca operación de engaño. (…) La opinión pública incapaz de sacar nada en claro, se dejó vencer por el tedio, y la prioridad de la paz fue sustituida por la prioridad del desencanto” (1985,p. 19) Esta afirmación la hace Gabriel García Márquez en el prólogo de uno de los libros que se produjo con motivo del proceso de paz del 82 y que se sitúa como uno de los primeros esfuerzos que un periodista hace por pensar el papel de los medios en los problemas del país. Se trata de Guerra por la paz de Enrique Santos Calderón. El libro, que se publica en 1985, expone todas las columnas de opinión que Santos presenta en el periódico El Tiempo, desde que inicia la amnistía del grupo guerrillero Movimiento 19 de abril hasta el rompimiento de los diálogos, sin más análisis que el cuestionamiento que hace el Novel a todos los medios de masas en su prólogo.

Pero hay algo revelador en aquel texto, la urgencia que se avizora de empezar a pensar el papel que juegan las representaciones que sobre la realidad construyen los periodistas en el conflicto armado del país y, sobre todo, en los procesos de paz que en él se abren: “me parece que nunca será tarde para que la prensa colombiana reflexione hasta qué punto el manejo de la información por los medios tiene una responsabilidad enorme en el hecho de que el proceso de paz se encuentre hoy en el abismo. (…) La decisión de Enrique Santos Calderón de publicar en forma de libro las notas sobre el proceso de paz que ha publicado en estos tres años, es un buen principio para esta reflexión apremiante” (Márquez, 1985, p. 23).

Reflexión que, en aquel momento, tiene toda la posibilidad de empezar su camino por circunstancias del contexto intelectual del país, pero también por cambios estructurales en el campo de la comunicación. En ese tiempo circula, con grandes elogios, el primer trabajo sobre la Violencia que elaboran Germán Guzmán, Orlando Fals Borda y Eduardo Umañana titulado La Violencia en Colombia. El libro, que se publica en 1962, logra romper el silencio en que la época de la Violencia envuelve a los académicos. Esto lo plantea claramente Daniel Pecaut: “Durante la Violencia, de los años 1945-1964, los investigadores en ciencias sociales no tuvieron ninguna posibilidad de analizar los fenómenos que se desenvolvían. La razón no es únicamente la ausencia de una tradición de investigación rodeada de amenazas sobre las instituciones y los investigadores. Estos no estaban en condiciones de volcarse sobre una auténtica labor de investigación. Atrapados ellos mismos en la confrontación ideológica a través de la cual se expresaba la lucha entre los dos partidos tradicionales, no podían convertir la violencia en objeto” (Pecaut, 1998,p. 73). De modo que la obra de los tres autores rompe con esa limitación y produce en el contexto académico transformaciones positivas de las que empieza a favorecerse la investigación en comunicación.

En el campo de la comunicación se generan también importantes transformaciones que dan apertura a nuevos desafíos, como es la creación de la categoría de análisis mediaciones que permite establecer un vínculo entre los medios y la sociedad distinto al que plantean las teorías hipodérmica y Funcionalista que conciben el rol del receptor desde un sujeto pasivo de fácil influencia. Contrario a ello, las mediaciones implican un sujeto activo que toma las representaciones mediáticas y las coloca en su imaginario para darles uso dependiendo de su contexto cultural; en este punto es clave el aporte de Manuel Martín Serrano, Guillermo Orozco y Jesús Martín Barbero. En consecuencia, la reflexión que solicita García Márquez a los medios de masas tiene un panorama amplio por recorrer a partir de la fecha en cuestión.

Ejemplo de lo anterior es que en 1987 una comisión de estudios, de la Universidad Nacional, dirigida por Gonzalo Sánchez pública el informe Colombia: Violencia y Democracia que busca sacar a la luz social las distintas formas y fuentes de violencia que vive el país. Dentro de él se piensa el papel que cumplen los medios de masas en la manera cómo los colombianos asimilan los conflictos, así como también la repercusión que las agendas mediáticas cobran en las acciones gubernamentales.

El informe analiza los medios desde el proceso de paz de Betancur justificando que “quizás no haya fenómeno más apropiado para calibrar el comportamiento de los medios de comunicación frente al desangre nacional, como el desencadenado por la política de paz del gobierno a partir de 1982” (Sánchez, 1987, p. 134). En el documento se asume que el poder de los periódicos está en influir sobre los centros de poder de la nación, mientras que el poder de los medios electrónicos – radio y televisión- está en la capacidad de generar efectos vivenciales en su público. Plantea, además, que el poder de la prensa lo carecen los electrónicos y viceversa. En la actualidad esta mirada está absolutamente revaluada, de hecho porque el poder que cobra particularmente la televisión en la toma de decisiones estatales es absoluto. Así mismo, estudios demuestran que la prensa con el uso de la fotografía en color también produce ciertos efectos vivenciales en los receptores.

No obstante, el informe, en su época, fue revelador, no sólo por el rol que le asigna a la comunicación de masas sino porque desde allí empieza una denuncia que aún es vigente: el unifuentismo oficial y la falta, en muchos casos, de verificación de información. Sobre esto la comisión anota que las voces de los testigos de ciertos hechos así como los relatos de corresponsales de periódicos se dejan para páginas poco relevantes en el periódico, mientras que los testimonios oficiales están ubicados en la primera página.Esas voces silenciadas incluyen también a los combatientes y excombatientes de grupos ilegales.

De esta forma se genera uno de los primeros estudios serios sobre la forma como en los medios escritos se presenta un proceso de desmovilización guerrillero y las implicaciones que ello acarrea en la falta de representación de unos actores y el exceso de representación de otros. La metodología que se evidencia para lograr conclusiones como las anotadas es de orden cuantitativo, aunque sobre los resultados obtenidos se produce una serie de anotaciones cualitativas que permiten una contextualización de los resultados.

De esta manera Colombia: Violencia y Democracia se constituye en un hito nacional que, igual que el libro La Violencia en Colombia, “marcó una peculiar forma de intervención de los intelectuales en la sociedad (…) La palabra, encadenada y reprimida durante la década infame de la violencia, volvía a escapar de sus prisiones mentales y políticas para recuperar uno de sus privilegiados espacios públicos: la universidad” (Sánchez, 1987, prólogo), y desde allí pudo dibujar una puerta por la que empezó a percibirse de manera contundente el importante y delicado papel que juegan los medios masivos en los procesos conflictivos y pacíficos del país. Es de anotar que entre esos roles es el de dar la palabra a todas las partes del conflicto.

Los tres trabajos mencionados hacen bien la labor no sólo por lo que en ellos se evidencia sino porque generan a partir de aquellos años importantes interrogantes que van a guiar los estudios académicos relacionados con la comunicación, la violencia y los procesos de paz. Muestra de ello lo proporciona la edición número 15 de 1989 de la revista Signo y Pensamiento de la Universidad Javeriana. La publicación está dedicada en su totalidad a plantear el desafío que la comunicación tiene frente a la paz. El editorial de la revista abre con la connotativa expresión: “El tema de la violencia está de moda, y de manera especial en el campo de la comunicación social. (…) ante esta realidad, surge con más fuerza que nunca el cuestionamiento a los medios de información, opinión y expresión cultural, sobre su papel y su responsabilidad en relación con los fenómenos de violencia” (Pérez, 1989, p. 5).

En consecuencia, la publicación coloca en evidencia tres categorías que emergen alrededor del tema en aquel momento: el sensacionalismo, el espectacularismo, y la representación mediática de los violentos. Con bastante preocupación se cuestiona, respecto a la primera categoría, que la profusión constante de mensajes que incitan en lugar de cuestionar ¿no estará abocándonos a un acostumbrarnos, paralizando nuestra capacidad de actuar contra la violencia?. Sobre la segunda categoría se asegura que la realidad es mirada como un espectáculo. El público, convertido en espectador, se desentiende cada vez más de la exigencia de ser actor comprometido con la realidad histórica que está viviendo. Y respecto a la tercera categoría se pregunta ¿cuántas veces no hemos sido espectadores de reportajes en los que, sutil y hasta descaradamente, se hace ver al delincuente, al narcotraficante, al criminal, como un héroe, como una estrella en el firmamento del espectáculo cotidiano? (Pérez, 1989, p. 6). Este interrogante cuestiona la posibilidad de escuchar a quienes se cataloga dentro del conflicto armado, por un grupo de intelectuales y por el Estado, como victimario.

La trilogía muestra lo que preocupa a la Universidad y sobre lo que ella recomienda, en aquel tiempo, trabajar. Hoy esos temas se siguen estudiando, no se agotan, por el contrario, renacen en cada acontecer trascendental para el país.

En la misma edición Amparo Cadavid, desde el Centro de Investigación y Educación Popular CINEP, presenta un artículo titulado Para un estudio sobre los medios de comunicación y la violencia hoy en Colombia. El objetivo del texto es presentar un amplio número de perspectivas desde las que puede mirarse el tema en cuestión, pero esta vez desde una perspectiva más amplia que incluye todo el aporte de la corriente latinoamericana de las mediaciones. La autora, expresa la urgencia de desplazar las preguntas tradicionales en tanto la relación entre medios de comunicación de masas y violencia debe definirse teniendo en cuenta varios niveles en que los medios se mueven y actúan: desde sus aspectos económicos, desde sus aspectos ideológicos, desde la incidencia que tienen en la construcción de las imágenes de la realidad, desde su función en el campo de la producción simbólica como alimentadores de los imaginarios colectivos en los cuales la sociedad busca ordenadores de la realidad para interpretar, comprender y vivir en ella. (Cadavid, 1989, p. 12)

En ese orden, se citan algunas de las temáticas que en aquel momento el CINEP considera deben estudiarse: La composición de los mensajes a través de una tipología de los discursos de los medios de comunicación de masas que construyen imágenes de violencia; el discurso de la violencia misma, de la guerra, de la paz, del miedo, del terror; la forma cómo en los mensajes de los medios de comunicación de masas se constituyen y operan matrices culturales populares de gran arraigo en toda la sociedad; las maneras cómo la información sobre violencia, guerra y paz es percibida, interpretada y reelaborada por los diferentes públicos.

La propuesta metodológica que se esquematiza en el artículo demuestra, de algún modo, el importante avance de los estudios sobre la comunicación en Colombia para aquella época. La autora plantea la necesidad de mirar tres instancias del proceso de comunicación masivo: las lógicas y estrategias de producción, la composición textual de los mensajes, y los procesos de consumo y usos sociales de los mismos. “Su objetivo central será encontrar los mediadores principales en la producción- consumo de los mensajes de la cultura de la violencia y aquellos principales elementos ordenadores del mundo y de los imaginarios colectivos” (Cadavid, 1989,p. 17)

Al igual que los trabajos de Santos y de Sánchez, el artículo de Cadavid también tiene como punto de referencia la cuestionada labor mediática que se desarrolla en el proceso de paz de Betancur. Es evidente, por tanto, que la mayoría de estudios que surgen en la década de los ochenta sobre los medios se plantean desde un mismo acontecer. Claro, hay otros hechos sustanciales como la toma al Palacio de Justicia, pero es el proceso de paz de 1982 un simbólico campo de práctica en el que los periodistas reprobaron la tarea, no solo porque los críticos así lo manifiestan sino porque desde un autoexamen los periodistas reconocen los errores que en aquel memento se cometieron. Esto lo hace, evidentemente, tema de partida para cualquier estudio de este tipo.

Una mirada a la década de los 90
La nueva década no deja atrás el afán de los investigadores por mantener como objeto de estudio a la violencia y a la paz vistas a través de la lupa de la comunicación. Pero se evidencia, en el orden de lo positivo, un afán por desarrollar metodologías que conduzcan a respuestas concretas sobre la forma como en el país se construyen relatos mediáticos sobre el conflicto.

En agosto de 1995 se pública una investigación de Jorge Iván Bonilla titulada Violencia, Medios y Comunicación otras pistas en la investigación. El autor, que escribe ampliamente sobre el tema, argumenta en su trabajo: “Nunca antes la violencia había adquirido tanto protagonismo para ser objeto de análisis como los que se vienen realizando a lo largo de la última década. Sin embargo, más que una moda, o un simple requerimiento académico, tal motivación investigativa debe ser vista como lo que es: una necesidad. La necesidad de reconocernos como país, como regiones, como culturas, como personas y como procesos” (1995,p. 8).

En ese orden, Bonilla plantea la urgencia de estudiar los medios desde el lugar social en el que se realizan sus mediaciones para desde allí comprender el papel que juegan en las representaciones mentales que la gente construye sobre sus conflictos y sus alternativas de solución. Para tal efecto el trabajo parte de la reflexión crítica de los espacios tradicionales sobre los que se estudia la violencia, que incluye todas las teorías de los efectos de la primera mitad del siglo XX. De allí pasa a la mirada, también crítica, de los primeros análisis de contenido que surgieron en Estados Unidos en el que “los medios dejaron de importar por sus efectos y cobraron trascendencia como instituciones de reproducción ideológica y de penetración de valores en la masa, situación esta que aún sin querer se convirtió en otra forma de volver a la problemática de los efectos (…) en la que la actividad de la recepción se asoció con la del adoctrinamiento” (Bonilla, 1995, p. 33).

En consecuencia, el autor demuestra lo importante que fue la reformulación del análisis de contenido funcionalista porque se pasó de la preocupación del orden morfológico de los mensajes, sus contenidos manifiestos y descripción estadística a mirar el ordenamiento estructural de los mensajes, sus contenidos latentes y la interpretación ideológica del conjunto de los mismos, para lo cual fue vital el análisis crítico del discurso. Empero, “lo que la lectura crítica de la comunicación no permite es superar el esquema apoyado en la importancia militante de saber si se está de un lado o se está del otro a la hora de trabajar los mensajes”
( Bonilla, 1995, p. 37)

Con base en lo anterior Bonilla plantea un modelo de análisis de contenido en el que el contexto cultural es central en la mirada del investigador porque permite la comprensión de la violencia desde un lugar distinto a las normas jurídicas, a las instituciones del Estado, al crecimiento o disminución de la economía, lugares desde donde siempre se había pensado el problema. Para tal fin, hace un ejercicio de análisis de los periódicos El Tiempo, El Espectador y El Colombiano en los que estudia el discurso periodístico sobre la paz.

Si bien propone categorías tradicionales reconocidas en este tipo de metodología, es importante el aporte que da desde las temáticas que pone en el centro del debate a la hora de analizar los discursos, veamos: Se debe pasar de un análisis ensimismado en la violencia, para llegar a las estructuras mentales y simbólicas que sirven de sustento a la configuración de modos de ver y de pensar frente a situaciones de conflicto. Esto debe llevar a mirar los medios de comunicación como instituciones activas de la sociedad que participan en la socialización de procesos de entendimiento y en la construcción de imaginarios. Todo esto para plantear cómo el estudio sobre medios de comunicación y violencia no se limita a detectar víctimas y sangre sino que implica indagar por el papel de las intermediaciones que éstos ponen en juego. (Bonilla, 1995, p. 83)

Ahora bien, el tema de comunicación, conflicto y paz que es inagotable en Colombia trasciende a los debates académicos más reconocidos del país. En 1999 se realiza el Encuentro Académico de la Asociación Colombiana de Facultades de comunicación Social AFACOM que se produce bajo el tema Medios de Comunicación, Movimientos Sociales y Ciudadanía. Uno de los puntos que se discute es, precisamente, la interacción entre comunicación, conflicto y sociedad. En el libro Comunicación y Política, Nuevos Conflictos Viejos Desafíos, producto del encuentro, se dice respecto al punto mencionado que: “las páginas que se ocupan de esta temática no escapan al desafío más urgente que tenemos en este país de contribuir a la formación ética, estética y política de la palabra pública, y con ella al desarrollo de nuevos lenguajes y narrativas que nos hablen digna y creativamente de la guerra, la paz (…) no como problemáticas individuales sino, fundamentalmente, colectivas” (Pérez y Bonilla, 1999, p. 15)

De los textos que se producen para el Encuentro hay uno sobre el que debe centrarse la atención en tanto es el resultado de la investigación titulada Medios de Comunicación y conversaciones de paz en Colombia de María Eugenia García Raya y Edward Romero Rodríguez . El estudio se produce a partir de uno de los procesos de paz más sonados en el país en la década de los noventa, el del gobierno de Andrés Pastrana y las Fuerza Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) que inicia el 7 de enero de 1999. El objetivo propuesto por los autores es analizar la manera cómo los espacios informativos dan cuenta de los procesos de conversación de tal proceso.

Entre los hallazgos más interesantes que arroja el documento se encuentra la mirada a la zona de distensión del Cagúan como un nuevo espacio público en el que se visibilizan actores del conflicto que el país no conoce. “Algo ha cambiado en la percepción de unos actores que ahora se vuelven concretos, con imágenes y discurso. (…) La zona de distensión más allá de sus implicaciones políticas, ha tenido un resultado que quizás sus negociadores vislumbraron: El de construir un espacio público que nos ha acercado a los actores del conflicto armado, que ha cotidianizado un proceso lleno de palabras sin rostro” (García y Romero, 1999,p.369). La visibilidad de los guerrilleros en los medios de masas se convierte en punto de debate: lo que para algunos es inconcebible, sobre todo empresarios y personas conservadoras, para otros significa la posibilidad de representación mediática de actores con forma de ver y proyectar el mundo de manera opuesta a lo establecido.

El problema que esto produce, según la investigación, son las discutidas relaciones que empiezan a generarse entre medios de masas y actores de guerra, porque, para aquella época, los grupos al margen de la ley que no eran parte del proceso como los paramilitares empezaron a buscar la forma de protagonismo no sólo concediendo entrevistas sino invitando a los medios para presenciar ataques a poblaciones. Los investigadores dejan abierta la reflexión al anotar que: “nos gustaría profundizar en las maneras cómo los actores de la guerra construyen los escenarios del terror con fines simbólicos teniendo como escenarios privilegiados los medios de comunicación” (1999,p. 373).

En consecuencia, es importante pensar, para los fines de este trabajo, cómo Ralito, zona de desmovilización paramilitar, también se convierte en una esfera pública en la que van emergiendo y dibujándose rostros y voces desconocidas para el país, pero protagonistas del conflicto armado, y cómo las distintas acciones legales e insurgentes de los paramilitares en medio de las conversaciones son formas simbólicas de centrar la atención mediática. Esto debe mirarse porque “solo entendiendo a sus diferentes actores e intereses, se puede entender la complejidad del conflicto” (García y Romero, 1999,p.371).

De otro lado, los investigadores se preguntan ¿cómo son representados los actores del conflicto en los medios de comunicación, más allá de su visibilidad? La respuesta también se consolida como un aporte importante, en tanto encuentran que desde los medios se habla de una nación fragmentada por realidades sociales en las que se evidencia, desde el discurso de los actores del proceso de paz, un país campesino y marginal- el de la guerrilla- y un país urbano y moderno – el del Gobierno-. Sobre esto se concluye en el trabajo que: “ Se evidencia un desprecio en los medios, no ya por los actores de ese discurso – el de la guerrilla- sino por unas realidades y temporalidades muy diversa y en relación conflictiva, desde una dicotomía centro-periferia; Este desprecio se acentúa mucho más en las informaciones sobre las FARC que sobre el ELN y las AUC” (1999, p. 377).

La mirada a esta investigación permite encontrar 3 ángulos para cualquier investigación que se haga sobre conflicto y paz: 1)Hay que hacerse la pregunta por la necesidad de un equilibrio de visibilidades entre los actores del conflicto desde el debate político y sus propuestas discursivas, sin abandonar la imagen del actor armado desde sus acciones bélicas y las consecuencias que ellas generan.2) Es necesario potenciar la visibilidad desde el debate político, evitar la clandestinidad y la no confrontación pública. 3) Hay que superar la legitimación que se hace de unas vocerías y expresiones frente a la victimización que se hace de otras. 4) es importante recuperar los hitos de la violencia nacional, pero resulta más pertinente y necesario rastrear los hitos de reconciliación y firma de acuerdos – recuperar la historia de la reconciliación y no sólo la de las tragedias- (1999, p. 389).

El recorrido por la década de los noventa evidencia un avance bibliográfico significativo en las distintas formas de abordar el tema del conflicto y la paz. Va desde el reconocer lo necesario que es para el país llevar acabo estudios de este tipo, hasta hacer uso de metodologías cuantitativas y cualitativas. No obstante, se siente aún tímido el tema de escuchar a los que se han calificado de víctimarios. Faltan preguntas que enriquezcan el debate desde esa otra orilla que es tan mencionada pero tan poco visitada.

Una mirada al principio del siglo XXI
El fallido proceso de paz de Pastrana y, en consecuencia, la agudización del conflicto armado del país produce en el nuevo siglo fuertes y constantes análisis desde la academia y desde centros de investigación cuya preocupación sigue siendo la manera cómo los medios de masas dibujan el conflicto, sus actores y sus víctimas, y también cómo las comunidades que viven de cerca el problema se sienten representadas por la información mediática.

En un trabajo que titulan Medios, Audiencia y Conflicto Armado, Representaciones Sociales en Comunidades de Interpretación y Medios Informativos Luis Fernando Barón y Mónica Valencia, investigadores del CINPE, planten una doble metodología cualitativa basada, primero, en la exploración de las percepciones de dos comunidades de interpretación cercanas al conflicto armado, una del ámbito rural – un municipio del Magdalena Medio- y otra del ámbito urbano – Bogotá- ambas conformadas por personas de diferente clase social, sexo y edad; segundo, en el análisis de los discursos informativos de un medio escrito nacional y de un medio escrito regional con circulación nacional: El Tiempo y El Colombiano, respectivamente.

El objetivo que se propone en el trabajo es conocer los sentidos que se crean en la práctica social sobre el conflicto armado y sus actores, y conocer el poder que se le atribuye a los medios de incidir en las representaciones que la gente tiene sobre los hechos sociales. Desde esta perspectiva justifican el trabajo anotando que: “La identificación y comprensión de esas representaciones son un insumo interesante para explorar las relaciones que hay entre medios y audiencias en los procesos de negociación y construcción de sentidos” (2001, p. 45).

En consecuencia, algunos de los hallazgos de la investigación desde las comunidades representadas son: “las audiencias de los medios de comunicación se apropian del significado de los mensajes y los transforman para sus fines particulares. (…) Para las comunidades de interpretación el discurso de los medios sobre el conflicto está colmado de las imágenes de sus actores. (…) los paramilitares son presentados en los medios en cuanto asesinan y masacran. Son visualizados como un actor enigmático que siembra el terror por donde pasa y luego desaparece de la escena dejando tras de si una atmósfera de misterio. Los medios de comunicación informativos ignoran quiénes son en realidad los grupos paramilitares” (2001, p. 57). Estas percepciones se construyen durante el Gobierno de Pastrana, por tanto, y como se ve en la investigación citada de García y Romero, la guerrilla es el grupo del conflicto más visibilizado mientras los paramilitares transmutan en lo desconocido. Empero, con el proceso de desmovilización que procura el Gobierno de Álvaro Uribe los paramilitares pasan a la escena pública, la moneda se voltea, pues de la representación mediática de la guerrilla solo quedan imágenes de archivo.

El nuevo siglo y el proceso de desmovilización paramilitar
La bibliografía que se produjo entre 2003 y 2006 se concentró en el proceso de paz con los paramilitares. Sin embargo, se reconocen trabajos interesantes que van desde historias de vida como el libro de Mauricio Arangure Mi confesión, en el que Carlos Castaño cuenta su vida en las AUC y devela datos desconocidos sobre la organización; o las crónicas de Alfredo Molano en las que narra las historias de quienes han sido víctimas del grupo armado, hasta artículos de análisis como los que compila Alfredo Rangel en el libro El Poder Paramilitar en el que se hacen serias reflexiones sobre estos grupos a partir de su historia y de aquello que devela el proceso de desmovilización.

Un trabajo significativo es el de la Cátedra Konrad Andenauer que se desarrolla en 2004 en alianza con la Facultad de Comunicación y lenguaje de la Pontificia Universidad Javeriana. El título de la Cátedra, y de la publicación que de ella surge, es La desmovilización de las autodefensas: un caso de estudio. Las ponencias más cercanas a la temática son las de Mauricio Romero Vidal denominada Los interrogantes de la desmovilización de las AUC; La de Elizabeth Yarce titulada Desmovilización del BCN más dudas que certezas… y ¿la información?; y la de Jorge Iván Bonilla denominada La opacidad del poder, comunicación, conflicto y paramilitarismo en Colombia. Cada una de ellas hace alusión a la falta de información mediática que rodea al proceso, así como a los silencios y los miedos que se guardan frente a la información. Es de anotar que poco se habla del silencio de los desmovilizados.


Otro trabajo importante que hay que mirar es el que desarrolla, en 2005, Ingrid Bolívar, investigadora del Cinep, titulado Las AUC Como una Formación Elitista: Normalidad Social, Legítima Defensa y Producción de Diferencias. La investigación tiene por objetivo “presentar algunos de los discursos emocionales que las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) producen sobre si mismas y que permite caracterizarlas como una formación elitista orientada a la defensa y a la restauración” (Bolívar, 2005, p. 52). Esta autora es importante estudiarla porque resalta la necesidad de estudiar a los que han sido calificados como victimarios.

De entrada se devela una categoría nueva en este largo recorrido: los discursos emocionales. La autora, que toma el concepto de Catherine Lutz y Geoffrey White, explica que éste “subraya la recurrencia e importancia política y analítica de contenidos afectivos (rabia, humillación, dolor) en las distintas comunicaciones de los actores (…) orientados a producir conmoción o a hermanar al auditorio con quien habla” (Bolívar, 2005, p. 52). Partiendo de esta explicación la investigadora analiza los relatos o discursos de los comandantes de las AUC que se hacen visibles en entrevistas y declaraciones que dan a medios regionales y nacionales, así como en editoriales expuestas en su página virtual, y en cartas, discursos y comunicados. Desde este material, entonces, se busca detectar cómo los paramilitares se presentan así mismos, cómo evalúan sus comportamientos y qué funciones se atribuyen en el orden social.

A continuación se nombras algunas de las conclusiones a las que llega el trabajo: La organización puede ser definida como una formación elitista porque se autodesignan un lugar destacado en la producción y conducción del orden social. Se autoperciben y representan como héroes, como víctimas o como benefactores sociales. Generalmente los comandantes hablan en primera persona, lo que significa que tienen un lugar asignado en la sociedad y, además, que la guerra es una interrupción en sus vidas, por lo tanto los comandantes se sitúan en la normalidad social, en el adentro que define la ley. Las AUC hablan de si mismas como un aparato, no funcionan como patria social, como ocurre con las FARC, sino como un grupo. Las regiones de las que proceden median y salen a colación en las discusiones sobre el origen de la organización y en el perfil de cada líder.

Son muchos los puntos de llegada que logra el trabajo de Bolívar, y a partir de ellos se vislumbra la importancia que tiene para la investigación que se realiza sobre las representaciones mediáticas de las coyunturas del proceso de desmovilización paramilitar en tanto alerta sobre la necesidad de no descuidar las expresiones de los actores del conflicto que pueden significar mucho más de lo que denotan y, además, pueden tener fuerte influencia en los tejidos simbólicos que la sociedad hilvana desde los medios.

De esta manera concluye el camino que intenta dibujar algunas pistas sobre las investigaciones que en el país se han hecho, desde la década de los ochenta hasta llegar al siglo XXI, sobre comunicación, conflicto y paz. Se evidencia, en primer lugar, que el tema no está agotado, que es necesario seguir generando herramientas que lleven a entender los significados que la sociedad interioriza sobre los problemas y soluciones de la guerra que vive Colombia, y qué mejor que fijarse en los espejos mediáticos que intentan reflejar la realidad, pero también en las personas que se asoman a ellos en busca de su imagen.

Solo hasta el proceso de desmovilización paramilitar las historias de estos personajes empezaron a cobrar fuerza en la literatura académica. No quiere esto decir que antes no se produjeran trabajos sobre el tema, pero tras la revisión bibliográfica alcanzada para este texto se encuentra que priman otros temas, sobre todo desde el campo de la comunicación en Colombia.

Para la realización de este proyecto se piensa también en la siguiente lista bibliográfica, planteada en su mayoría en el marco teórico:

Revisión bibliográfica
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Formación – 1Materias del área del periodismoEstudiantes del semilleroEstudiantes de periodismoMaterial didáctico cuyo fin es explicar las lógicas de investigación periodística desde las que se trabaja con el Estado y con víctimas y victimarios del Estado
Apropiación Social del ConocimientoCongreso Asociación Latinoamericana de investigadores de la comunicación 2016 Juliana Castellanos Participación en congreso a través de ponencia de presentación de resultados
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Actividad Revisión de marco teórico y Estado del arte 13/03/2016 12/05/2016
Actividad Diseño de metodología reconstrucción de la memoria a través de la narración de los desmovilizados 13/05/2016 12/07/2016
Actividad Aplicación de metodología 13/07/2016 12/09/ 2017
Actividad Análisis de resultados y escritura y diseño de primer boletín 13/09/ 2016 09/03/2016
Entregable Construcción de página web 12/01/2016 09/03/2016
Actividad Lanzamiento de página web 13/03/2017 13/03/2017
Actividad Construcción de artículo de investigación 14/03/2017 25/05/2017
Actividad Congreso Asociación Latinoamericana de investigadores de la comunicación 2016 04/10/ 2016 6/10/2016
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