RELEVANCIA DEL PROYECTO PARA LA INSTITUCIÓN Y PARA LOS BENEFICIARIOS DEL PROYECTO |
SOCIAL: Dentro de las obligaciones inderogables del Estado a víctimas de violaciones graves de derechos humanos se encuentra la satisfacción del derecho a la verdad. Este derecho tiene dos dimensiones, una a nivel individual y otra a nivel colectivo; en cuanto al nivel individual se considera que la verdad es reparadora en tanto que el Estado busca esclarecer las circunstancias relacionadas al acto de violencia y el juzgamiento y responsabilidad de los culpables; en cuanto al nivel colectivo el “preservar del olvido la memoria colectiva” como es señalado en el Principio 2 del Conjunto de principios para la protección y la promoción de los derechos humanos mediante la lucha contra la impunidad de Joinet *3. Es entonces primordial el derecho a la verdad dentro de una sociedad en la cual se han cometido crímenes atroces, pues es a partir de esta que se garantiza el respeto a las víctimas y la no repetición de los hechos: “el derecho a la verdad comporta tanto el derecho de las víctimas de graves violaciones de derechos humanos y de sus familiares a conocer los hechos y circunstancias en que acaecieron dichas violaciones, como el derecho de la sociedad entera a saber los motivos por los cuales tales hechos se produjeron, con miras a preservar la memoria colectiva y evitar de esa manera que hechos de esa índole vuelvan a presentarse (ver principios 2, 3 y 4 del documento citado). Este derecho tanto individual como colectivo implica igualmente el deber de recordar las atrocidades acaecidas en el pasado…”*4
En esta medida la investigación pretende contribuir al derecho de las víctimas a la verdad, al reconocimiento, y a la reparación; a la sociedad en general a través de la construcción de memoria histórica, para que de esta forma ni se olviden ni se repitan más desapariciones forzadas en Colombia y sirva como ejemplo de estrategias para conseguir la paz; y en una segunda y tercera fase a los formuladores de política pública para que tengan en cuenta, por un lado, las necesidades de las víctimas y por otro, la transformación que se da en ellas a través de un proceso artístico de intervención como el que se plantea en este proyecto.
FACULTAD: Esta investigación está enmarcada en un ámbito inter y trans-disciplinar, donde además del cruce de diferentes disciplinas (comunicación, artes escénicas, medios audiovisuales), se da el entrecruzamiento del espacio del arte y del espacio de lo social, de la política social, expandiéndose el arte y la política, encontrando una dimensión performática de lo social y una dimensión política de las artes performativas, abriendo el campo del arte como factor de transformación social y política.
Es frecuente en los testimonios de las víctimas que manifiesten su percepción sobre la insuficiencia de las palabras para hablar del acontecimiento. Es decir, la imposibilidad de comunicar exactamente lo ocurrido. Esto, más que una manifestación de la insuficiencia del lenguaje para representar al mundo, es la manifestación de la necesidad de buscar un lenguaje que permita mostrar tanto lo ocurrido durante el suceso, como lo que ocurre en el trauma, es decir, en la repercusión sintomática en la subjetividad de los individuos. Veena Das comenta, refiriéndose a los traumas sociales, que “algunas cosas deben ser ficcionalizadas antes de que se puedan aprehender”*5. La forma de representación del acontecimiento incide directamente sobre su comunicabilidad y, por ende, sobre su verdad.
Así pues, los acontecimientos altamente traumáticos, tanto individuales como colectivos, exigen de una forma de expresión y representación ficcional y estética compleja que actúa como forma de comunicación y reparación, y que, en efecto, opera como potenciador de la asimilación y comprensión social e individual del acontecimiento y del trauma que conlleva.
En esta medida, para la Facultad de Mercadeo, Comunicación y Artes es pertinente participar en la construcción de procesos de comunicación, estéticos y semióticos en una comunidad que los necesita, asociados con la posibilidad de generar reparación.
*3 UPRIMI, Rodrigo et al. ¿Justicia transicional sin transición? Ediciones Antropos, Bogotá, 2006, p. 73 – 74.
*4 UPRIMI, Rodrigo et al. ¿Justicia transicional sin transición? Ediciones Antropos, Bogotá, 2006, p. 143 – 144.
*5 DAS, Veena. Life and Words, ED. Univerity of California Press, California, P. 39
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REVISIÓN BIBLIOGRÁFICA |
REVISIÓN BIBLIOGRÁFICA
La justicia internacional asociada con el período de la posguerra llega a Colombia transformada por las circunstancias contemporáneas “post-conflicto”, revelando la dinámica crítica de la justicia transicional. La justicia internacional se presenta nuevamente, pero es transformada por los precedentes pasados y por un nuevo contexto político. El tema y el campo de acción de la justicia transicional se han expandido, inclusive hasta las artes, para trascender su acción operativa por sobre los Estados y actuar sobre actores privados. De esta forma, la justicia transicional se ha extendido también más allá de su rol histórico en la regulación de conflictos internacionales, pudiendo ahora regular tanto los conflictos intraestatales así como las relaciones en tiempos de paz, estableciendo un mínimo estándar de estado de derecho en las políticas globalizadoras.
Los procesos que se enmarcan dentro de la justicia transicional presentan un conflicto que responde al hecho de equilibrar objetivos confrontados entre la necesidad de justicia y la obtención de la paz, para lograr la transformación de un estado de cosas al otro: “especialmente cuando se trata de transiciones negociadas, cuyo objetivo es dejar atrás un conflicto armado y reconstruir el tejido social, dicha transformación implica la difícil tarea de lograr un equilibrio entre las exigencias de justicia y paz, es decir, entre los derechos de las víctimas del conflicto y las condiciones impuestas por los actores armados para desmovilizarse”.(Uprimny, 2006, p. 20).
Dentro de los derechos que se encuentran vulnerados a causa de esta tensión se encuentran el derecho a la verdad, a la justicia y a la reparación. En la Resolución 2005/66 de la Comisión de DDHH, se subraya la interdependencia y complementariedad entre el derecho a la verdad, el derecho a la justicia y el derecho a la reparación: la Comisión se declara consiente de “las relaciones mutuas entre el derecho a la verdad y el derecho de acceso a la justicia, el derecho a obtener un recurso y una reparación efectivos”. En el Principio 4 puntualiza: “independientemente de las acciones que puedan entablar ante la justicia, las víctimas y sus familiares tienen el derecho imprescriptible a conocer la verdad acerca de las circunstancias en que se cometieron las violaciones y, en caso de fallecimiento o desaparición, a cerca de la suerte que corrió la víctima.
Uprimny (2006), siguiendo a Bassiouni, muestra que este derecho contiene dos dimensiones, una individual ‒víctima directa‒ en donde el derecho a la verdad actúa como reparación en cuanto el Estado debe investigar, juzgar y castigar a los responsables; y otra colectiva ‒sociedad en donde se producen los acontecimientos‒ en donde el derecho a la verdad busca “preservar del olvido la memoria colectiva”.
En cuanto se refiere a la dimensión individual del derecho a la verdad […] de las víctimas de violaciones graves de los derechos humanos a saber quiénes fueron los responsables, las circunstancias de tiempo, modo y lugar en que ocurrieron los hechos, las motivaciones de los mismos, el destino de las personas, […] y el estado de las investigaciones oficiales […] [E]l derecho colectivo a saber busca que la sociedad en su conjunto “conozca la verdad de lo ocurrido así como las razones y circunstancias en las que los delitos aberrantes llegaron a cometerse, a fin de evitar que estos vuelvan a ocurrir en el futuro […] ‘las medidas preventivas y de no repetición empiezan con la revelación y reconocimiento de las atrocidades del pasado’ [...] la sociedad tiene el derecho a conocer la verdad ante tales crímenes con el propósito de que tenga la capacidad de prevenirlos en el futuro (pp. 73-74).
La verdad sobre lo que ocurrió no es sólo la consignación de una serie de hechos cuantificables y describibles –en este caso, no es algo del todo referencial o referenciable–, pues comprende también la verdad de la experiencia traumática de los testigos y sobrevivientes que se extiende mucho más allá, en tiempo y en espacio, de los límites del acontecimiento original, pues la verdad en el caso de los acontecimientos traumáticos se ve mediada por una percepción chocada, es decir, por una subjetividad donde se presenta un alto contenido emocional causado por el hecho. Caruth (1996) habla sobre un aplazamiento y un desplazamiento que se da de la experiencia traumática, en gran parte en la dimensión inconsciente del individuo que revive y reactualiza un acontecimiento que no puede asimilar ni comprender del todo. La cualidad traumática supone también una dificultad en la comprensión y en la representación del hecho, y en esta medida en el establecimiento de su verdad. Lacapra señala que el trauma y sus repercusiones sintomáticas plantean particularmente problemas agudos para la representación y comprensión histórica. (2001, ix).
Es frecuente en los testimonios de las víctimas que manifiesten su percepción sobre la insuficiencia de las palabras para hablar del acontecimiento. Es decir, la imposibilidad de comunicar exactamente lo ocurrido. Esto, más que una manifestación de la insuficiencia del lenguaje para representar al mundo, es la manifestación de la necesidad de buscar un lenguaje que permita mostrar tanto lo ocurrido durante el suceso, como lo que ocurre en el trauma, es decir, en la repercusión sintomática en la subjetividad de los individuos. Veena Das comenta, refiriéndose a los traumas sociales, que “algunas cosas deben ser ficcionalizadas antes de que se puedan aprehender” (Das, Life and Words, 2007, p. 39). La forma de representación del acontecimiento incide directamente sobre su comunicabilidad y, por ende, sobre su verdad.
Cathy Caruth (1996) plantea una dinámica del trauma en la que suceden una serie de procesos tanto en el plano individual como colectivo que agencian la elaboración de una historia del trauma que permite tanto la aparición de la voz de la víctima –en este caso la víctima activa, como la víctima pasiva que es testigo pero también es víctima por tener un vínculo, normalmente emocional, con la víctima activa (muerta, desaparecida, amputada, torturada, etc.)– como la voz de los otros que han experimentado traumas similares e incluso de voces nacionales en las que se da la interpretación y asimilación cultural del acontecimiento.
En esta línea argumentativa, se puede afirmar que se establece un vínculo estrecho entre el acontecimiento traumático, individual o colectivo, el trauma –entendido como las repercusiones posteriores que genera– y la representación. En efecto, la representación actúa como un medio catalítico por medio del cual se expresa el trauma y se elabora el duelo. Trauma y duelo, en efecto, determinan una relación de contigüidad en la que la representación –es decir, las representaciones por diferentes medios: artísticos, discursivos, testimoniales, interpretaciones al interior de la conciencia, etc.– cumple un papel fundamental para el restablecimiento del equilibrio social e individual.
Entre el acontecimiento y el trauma y la resiliencia individual y colectiva se produce una mediación por parte de la memoria y la representación del acontecimiento. La memoria entendida, en primer lugar, como una selección de hechos en un proceso en el que, como advierte Todorov (2008, pp.11-15), hay omisión de algunos detalles e inclusión de otros, es decir, en la que media de alguna forma una interpretación de los hechos; pero también como la memoria colectiva, entendida como una versión estandarizada de los hechos y como una vivencia que se expresa cotidianamente en una comunidad frente a esos hechos.
El asunto de la representación ha sido un tema importante en la reflexión teórica que está relacionada con el sufrimiento social y con las experiencias traumáticas, tanto en el plano colectivo como en el plano individual, en efecto es un tema recurrente en los documentos que tratan sobre acontecimientos catastróficos como el Holocausto o los regímenes totalitarios en todo el mundo. ¿Qué significa «representar» en relación a tales acontecimientos? O ¿Cómo se representan tales acontecimientos?
Las respuestas son muy variadas y oscilan entre la representación como re-presentación, como volver a hacer presente un acontecimiento en toda su realidad, donde recordar se convierte en revivir: «[…] remembering such pasts in a mode we might call memorial history, especially where it occurs in commemorative contexts in which mourning takes place, challenges historical distantiation by seeking to re-member or revivify the past […]» (Attwood, 2008, p. 82); y representación como registro «verídico» de la realidad pasada y de sus condicionamientos políticos y morales.
La representación se convierte en testimonio gracias a que representa unos hechos concretos. Sin embargo, siguiendo a Das (Ortega, 2004, p. 34), no se trata de un testimonio neutro que es imposible, o un registro científico donde hay una total correspondencia, sino se trata igualmente de un testimonio envenenado que produce un efecto. Y es precisamente gracias a la generación de ese efecto inquietante que se establece una memoria y se lucha contra el olvido. La representación permite la concretización del testimonio, y en esta medida, genera un marco referencial que permite el recuerdo frente al acontecimiento, independientemente del sentido concreto que se transmite. Puedo estar o no estar de acuerdo con el testimonio, sin embargo, no puedo negar que este testimonio se refiere a unos hechos y a una percepción frente a los mismos.
El testimonio es un tipo de representación que ha cobrado en las últimas décadas un papel central en la cultura, hasta el punto que algunos autores como Wieviorka han denominado esta época como la era del testigo. Al respecto, Attwood muestra la influencia que la perspectiva testimonial sobre los hechos ha tenido en el campo de la historia y la historiografía, generando lo que se podría llamar un giro de paradigma. El testimonio, aunque parte de una visión particular e individual tiene, como sugiere Wieviorka, una dimensión colectiva que participa en la construcción de una memoria colectiva. La sociedad construye de manera dialéctica una memoria con la mediación de los testimonios individuales.
Testimonies, particularly when they are produced as part of a larger cultural movement, express the discourse or discourses valued by society at the moment the witnesses tell their stories as much as they render an individual experience. In principle, testimonies demonstrate that every individual, every life, every experience of the Holocaust is irreducibly unique. But they demonstrate this uniqueness using the language of time in which they are delivered and in response to questions and expectations motivated by political and ideological concerns. Consequently, despite their uniqueness, testimonies come to participate in collective memory –or collective memories– that vary in their form, function, and in the implicit or explicit aims they set for themselves. (Wieviorka, 2006, p. xii).
El testimonio, como representación de los acontecimientos traumáticos, se establece como un punto de enlace social y como una medida reparadora individual gracias al encuentro con el otro en el que se busca reconocimiento y sentido:
[…] una relación con otro que pueda ayudar, a través del diálogo desde la alteridad a construir una narrativa social con sentido. Prácticamente todos los relatos testimoniales tienen esta cualidad dialógica, de alguien que pregunta, que edita, que ordena, que pide, que «normaliza». Y esta alteridad se traslada después al vínculo con el lector. No se espera identidad, sino reconocimiento de la alteridad (Jelin, 2002, p. 95)
Como distingue Laub (1995, p. 66,) el testimonio no se da sólo a partir del testigo directo de los acontecimientos, ya que existen tres niveles testimoniales según la autora: la participación directa y las memorias que de allí se desprenden, la participación en el testimonio de otros (testigo del testimonio) y la participación como testigo (observador/analista) del proceso mismo de testimoniar.
En efecto, las situaciones altamente traumáticas tienen repercusiones muy complejas a todo nivel y encierran lo que se podría denominar como pérdida de sentido o, al menos, una crisis de sentido que repercute en la capacidad referencial y comunicacional del lenguaje.
La devastación y el arrasamiento del mundo, como ocurre evidentemente en las situaciones altamente traumáticas, implican no sólo la desaparición y la pérdida de una serie de condiciones a las que los sujetos y la comunidad se encontraban adaptados o acostumbrados, sino también la dificultad subjetiva de comprender el acontecimiento nefasto y la nueva situación que sucede a una situación anterior que era conocida. Esta novedad, el acontecimiento, implica la destrucción de lo conocido, de lo que es familiar: “Así pues, un acontecimiento traumático no se define tanto por el final del consenso social ni por la destrucción de la comunidad, sino por la desaparición de criterios” (Ortega, 2008, p. 35). Estos criterios se refieren a los conceptos y presupuestos que permiten comprender y actuar en el mundo.
La pérdida de sentido es un efecto común entre las víctimas de acontecimientos altamente traumáticos. De hecho, es una consecuencia lógica de las transformaciones radicales que estos hechos acarrean en la vida de los individuos y las comunidades, si el sentido, es una cualidad de la comunicación y de la interpretación en la que hay una correspondencia entre los fenómenos que se experimentan y la razón que explica estos fenómenos.
No se puede comprender del todo el acontecimiento traumático porque es algo para lo que no se tienen palabras ni conceptos que lo expliquen, ya que es algo que se percibe como inexplicable e innombrable porque no está en el registro vivencial y conceptual previo de los sujetos.
Por lo tanto en los acontecimientos traumáticos, ocurre algo singular y es que al no ser fácilmente comprensibles, por lo tanto, no serán fácilmente comunicables. En su interesante libro sobre el fenómeno del trauma, Unclaimed Experiences, Caruth muestra cómo hay un ocultamiento en el inconsciente de los individuos sobre el significado de los hechos traumáticos, los cuales no pueden ser del todo asimilados desde el consciente de los individuos. El acontecimiento traumático asume una cualidad escurridiza precisamente porque es algo extraño que no puede normalizarse, y a lo que las víctimas no pueden adaptarse desde sus esquemas conceptuales ni desde sus patrones emocionales.
En estos casos, la construcción de los símbolos que permiten la representación de los hechos, en efecto, el proceso de simbolización, requiere de una manifestación compleja que permite representar la naturaleza traumática, es decir, entre consciente e inconsciente, de la experiencia subjetiva frente al acontecimiento. La perspectiva histórica, al menos desde un enfoque en el que se entiende la historia como la narración de los hechos fácticos y en gran medida objetivos y comprobables, deja de lado la dimensión subjetiva, es decir, la narración del trauma que el acontecimiento genera, que no es un hecho fáctico ya que no necesariamente tiene una referencialidad concreta. Las imágenes de la guerra que persiguen a los excombatientes de un conflicto como fantasmas y pesadillas pueden adoptar formas que no obedecen realmente a la formas que originalmente tenían en los hechos traumáticos, sin embargo, tienen una fuerza expresiva innegable que encarna fácilmente la dimensión emotiva del que las posee.
Sin embargo, para la superación del trauma, sí es importante la dimensión subjetiva, pues en ésta el acontecimiento se hace aprehensible gracias a la construcción de sentido y esto naturalmente es un proceso que sólo puede ocurrir al interior de los sujetos. Como en el caso de las palabras, los símbolos cobran sentido en los contextos en los que se intercambian e interpretan, es decir, en los contextos sociales de comunicación donde se descifran los códigos y se les asigna un significado a los signos y a los textos. El símbolo es algo que se hace presente en la cotidianidad e invade los espacios de la subjetividad al requerir de un proceso de interpretación, ante la imposibilidad de evadir lo que se manifiesta en el símbolo. El sujeto es advocado por el símbolo que le exige crear un puente entre su realización –la manifestación presente– y el sentido que puede manifestar.
La importancia de la construcción de sentido frente a los acontecimientos traumáticos radica en la posibilidad de comprender y significar, y en consecuencia, de comunicar. Una experiencia traumática es algo sobre lo que no se puede hablar con claridad pero que es una experiencia plena de sentido tanto para el individuo o la comunidad que la experimenta como para la sociedad en general, al ser una experiencia humana trágica y dolorosa, y por tanto, reclamar la compasión, el sentir con el otro. La simbolización artística permite entonces un tipo inquietante de comunicación del trauma al desbordar la tipología corriente de los intercambios simbólicos más cotidianos.
Autores como Veena Das (1996, p. 69) reconocen la importancia de que se dé una representación ficcional de los hechos dramáticos para que estos puedan ser asimilados y comprendidos *1, y por lo tanto, se produzca una reparación. Es en este marco que se plantea los procesos de simbolización a través de la construcción de paz ‒John Paul Lederach‒, de la educación para la paz ‒Paulo Freire‒, y del teatro del oprimido ‒Augusto Boal‒ en donde, en general, a partir de juegos teatrales, es decir, de procesos de significación a través del símbolo, se identifican las dinámicas de pensamiento, las emociones asociadas a diferentes situaciones y las acciones dentro de la vida cotidiana de los niños víctima, en donde será posible la obtención del testimonio a través de la representación simbólica del trauma y la preservación de la memoria colectiva a través de la verdad que se enunciará en el registro fílmico, como un paso para la su superación del trauma.
BIBLIOGRAFÍA
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WIEVIORKA A. (2006) The Era of Witness. Ithaca: Cornell University Press
*1 Dice Veena Das: Some realities need to be fictionalized before they can be apprehended. This is apparent in the weight of the distinction between the three registers of the real, the symbolic, and the imaginary in the work of Lacan, and in Castoriadis’s formulation of the necessity of working on the register of the imaginary for the conceptualization of society itself.
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